Un sermón predicado a la iglesia de San Esteban y la Encarnación, Washington, DC, miércoles de cenizas, el 25 de febrero 2009
Cuando entraron ustedes en la iglesia esta noche, vieron que el espacio era diferente. A lado de la fuente hacia un árbol seco. Inmediatamente, se puso ver otro árbol detrás del altar. Miren la capilla de resurrección. Hay una colección de cuadras de la artista Margaret Parker, que dibuja y pinta muchas representaciones de árboles con ramos sin hojas.
Hace muchos meses, unos miembros de nuestra congregación han estado planeando nuestra observancia de cuaresma. Buscamos símbolos para significar el tema de renovación y crecimiento. Entonces elegimos el árbol. Durante invierno, como este invierno, el árbol está completamente desnudo, totalmente sin protección. Es necesario que el árbol pierda sus hojas a fin de que crezca otra vez.
De manera similar, nuestras almas necesitan quitarse todas las cosas que prohíben nuestro crecimiento en la imagen de Cristo. Envidia, arrogancia, codicia, crueldad: todas estas cosas debemos derramar como tantas hojas, que deben ser recogidos y quemados. Cenizas nos recuerdan que somos como árboles durante invierno—desnudos, puros, vacíos, listos para la primavera del Espíritu cuando podemos producir capullos nuevos.
En unos momentos vamos juntarnos alrededor la fuente para participar en la liturgia de miércoles de cenizas. Nos recordamos allá que morimos en bautismo como hojas del árbol, en preparación para vida nueva. En la imposición de cenizas, dejamos nuestros pecados. En la paz, recordamos que somos conectados a todo la comunidad de Cristo en la que crecimos juntos. Luego, vamos al altar para la comunión, recordando que cuando morimos, siempre resucitamos con Cristo para vivir. Siempre. Amen.
© Frank G. Dunn, 2009
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